Me escribes. Tiemblo. Leo. Sonrío.
Te contesto. Quedamos. Te veo ahí, a lo lejos, en la misma parada de siempre,
en el mismo lugar de siempre, con la misma sonrisa de siempre. Nervios. Apuro
los pasos hasta llegar a dónde estás. Te saludo con timidez, sin saber cómo
comportarme después de todo lo vivido. Tu olor me estremece. Otra vez esa
colonia que me encanta. Ese olor tuyo, ese olor que hace que recuerde cada día
a tu lado, cada momento. Por un momento no quería separarme de ti, quería que
tu olor siguiese recorriendo mi cuerpo, haciéndome sentir mil cosas a la vez. Me
sonríes y todo se me olvida, todo vuelve a ser como siempre, como meses atrás
cuando estábamos bien. Recorremos la ciudad, hablando, con miedo a qué
decir, sin saber muy bien de qué hablar, andamos sin rumbo pero sin detenernos.
Te miro y pienso qué pasará por tu mente en ese mismo instante, si te
arrepientes de haberme visto, si estás deseando besarme o si tan solo piensas a
dónde ir. Tenemos muchas cosas de las que hablar, muchas cosas que aclarar,
pero no sale el momento, no hay interés en arruinar la complicidad que se
vuelve a formar entre nosotros, no queremos eliminar las sonrisas sin motivos que se dibujan en nuestras caras al mirarnos. Seguimos andando,
seguimos hablando, nos seguimos mirando, nos seguimos sonriendo, ¿dónde ha
quedado todo ese rencor? ¿Dónde está ese dolor de hace unos días? ¿Sinceramente? Me da igual. Esa sonrisa, esos
hoyuelos, esa mirada ha conseguido que todo se haya desvanecido, el más mínimo resto
de dolor o de rencor se eliminaba a medida que la tarde avanzaba, a medida que
nosotros seguíamos andando y seguíamos intentando comportarnos como si nada
hubiese sucedido. Y así pasan los minutos, así pasa el tiempo hasta que decides
acercarte. Cada vez más. Cada vez más. Tu colonia vuelve a hacerse más intensa.
Disimuladamente sonrío otra vez, soy feliz. Coges mi mano y me acercas a ti. Y
ahí están tus labios, rozando los míos. Y ahí estamos tú y yo, volviendo a
unirnos. Echaba de menos el roce de tus labios. Echaba de menos tus manos y tus
caricias. Acaricio tu cuello, acaricio tu pelo. Sé que te encanta. Me encanta. Me
encantas. Y me podría pasar así horas, sin separarme de ti. Separamos nuestros
labios. Mis ojos están llorosos, no te imaginas lo que me alegra el estar ahí
contigo. El estar así contigo. Sin reproches. Sin malas palabras. Sin rencor. Sin
dolor. Y así pasan los días. Tardes juntos, entre risas, besos y caricias. Entre
confesiones, entre las mismas conversaciones de siempre. ¿Qué si habría sido
mejor no verte? Verte siempre es un regalo. Pero nada es para siempre y yo me
voy. Nos despedimos en la misma parada que la última vez. “Nos volveremos a ver”,
me dices. Me voy, te vas y unas lágrimas recorren mis mejillas. Es una mezcla
entre felicidad y que sé que echaré de menos todo esto, pero no es nada nuevo y
una ya se acostumbra. Me subo al bus y cada vez estoy más lejos, cada vez estoy
más cerca de mi vida normal, de mi rutina. De mi rutina sin ti a mi alrededor. Pero
sigues ahí, como siempre has estado. Porque a pesar de todo siempre te has
preocupado por mí, siempre has estado pendiente de que estuviera bien. Porque
como siempre, por muchas discusiones, sigues estando ahí, como la persona
especial que eres.
Me encanto demasiado. Me encanto
ResponderEliminar