Voy a escribir con los ojos cerrados, creo que leer mis
palabras me limita a la hora de expresarme. Me da vergüenza plasmar mis
palabras en escritos, quizás ya no es vergüenza sólo, sino también es miedo. Miedo
a lo que me pueda encontrar. Miedo a verlo desde otro punto de vista.
Y es que necesito vaciar mi cabeza, mi mente, esa mente que
no deja sobrecargarme con preguntas, con insultos, con dudas… Evito parar a
escucharme, a pensar, a saber qué es lo que se me pasa por la cabeza por miedo.
Porque a quien más temo es a mí.
Estoy a veces vacía, fría, a veces solo siento dolor y desesperación.
Angustia. Soledad. ¿Qué hacer cuando no existe ni un atisbo de felicidad en tu
vida? Intentas ver el lado bueno de las cosas, intentas salir a la calle y sonreír,
sonreír a los enemigos, a los malos momentos, a los amigos que se van… Pero no
hay sonrisas verdaderas, de mí solo salen falsas sonrisas para evitar preocupación.
Tampoco os preocupéis, llevo viviendo así, con esta sensación demasiado tiempo como para no poder convivir con ella. A veces pienso que lo he superado, pero
no sé que pasa que siempre acabo por retroceder.
La verdad es que esto lo escribo porque necesito sacar lo
que tengo dentro antes de que acabe por destruirme. Del todo. Me he visto al borde
del abismo demasiadas veces en este tiempo. Me he visto sobrepasada.
Y me veo sola. Y es una soledad que me asusta, porque sé que
algo falla en mi, algo falla en mi forma de ser, y no sé si ser así es el
efecto de todo lo que siento dentro o el sentirme sola hace que, en ocasiones
no vea salidas.
Este texto, seguramente no tenga sentido. Tan solo son ideas
sueltas que con los ojos cerrados se pasan por mi cabeza. Solo transcribo con
lo que convivo a diario, cada noche, cada día, cada momento solitario. Todo
ello y más, que a día de hoy aún no soy capaz de escribirlo aquí.
Pero si algo sé es que me odio. Es un odio cargado de rencor
y reproche. Un odio que con el paso de los años no se va. Y me temo que no se
va a ir.