Y allí se encontraba Ella, abriéndole
su corazón y su mente a Él. Aún no tenía muy claro cómo, pero ahí estaba
exponiendo sus miedos, dejando ver sus debilidades y guardando su máscara. Y es
que nunca había sido capaz de explicarlo, de hablarlo, de pedir ayuda… La razón era que tenía miedo.
Él quiso saber exactamente a qué tenía miedo.
A ser yo, le dijo ella. Y es que siento pánico cuando noto
que no tengo el control sobre mí misma, a sentir el impulso automático de
hacerme daño para encontrar la paz. Cuando mi cabeza me juega malas pasadas y a
veces soy incapaz de controlar mis impulsos, digamos que soy mi peor enemigo.
Ella siguió explicando el hecho de que su vida es un dolor
constante. Un dolor físico y mental. Le dolían las muñecas y las piernas de
buscar tanto esa paz, le dolían los ojos de todas las lágrimas derramadas a lo
largo de su vida, le dolía el pecho, el corazón de la presión que sentía al
respirar, y sobretodo, le dolía vivir. Decía que creía que no era sano, ¿es vivir o sobrevivir?
Y ahí, en ese momento, fue cuando Él le preguntó:
-
Si te diesen la oportunidad de morir y que tu
recuerdo se borrase de la mente de toda la gente que te conoce y así no
sufrirían, ¿aceptarías?
Sin dudarlo, casi sin dejarle
terminar, respondió: sí.
Y se dio cuenta que su vida estaba pendiente de un
hilo, quizás a punto de romper.
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