viernes, 7 de marzo de 2014

Y allí se encontraba Ella, abriéndole su corazón y su mente a Él. Aún no tenía muy claro cómo, pero ahí estaba exponiendo sus miedos, dejando ver sus debilidades y guardando su máscara. Y es que nunca había sido capaz de explicarlo, de hablarlo, de pedir ayuda…  La razón era que tenía miedo.

Él quiso saber exactamente a qué tenía miedo.

A ser yo, le dijo ella. Y es que siento pánico cuando noto que no tengo el control sobre mí misma, a sentir el impulso automático de hacerme daño para encontrar la paz. Cuando mi cabeza me juega malas pasadas y a veces soy incapaz de controlar mis impulsos, digamos que soy mi peor enemigo.

Ella siguió explicando el hecho de que su vida es un dolor constante. Un dolor físico y mental. Le dolían las muñecas y las piernas de buscar tanto esa paz, le dolían los ojos de todas las lágrimas derramadas a lo largo de su vida, le dolía el pecho, el corazón de la presión que sentía al respirar, y sobretodo, le dolía vivir. Decía que creía que no era sano, ¿es vivir o sobrevivir?

Y ahí, en ese momento, fue cuando Él le preguntó: 

-          Si te diesen la oportunidad de morir y que tu recuerdo se borrase de la mente de toda la gente que te conoce y así no sufrirían, ¿aceptarías?

Sin dudarlo, casi sin dejarle terminar, respondió: sí.

Y se dio cuenta que su vida estaba pendiente de un hilo, quizás a punto de romper. 

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